Había una mañana tormentosa en los alrededores de la casa de Morgan, las gotas de agua creaban himnotizantes ondas en el río, que amenazaba con desbordarse, las hojas de los árboles caían debido al fuerte viento, y en los caminos, que ahora estaban anegados, se podían apreciar pequeñas larvas y babosas que aprovechaban la soledad del ambiente para apoderarse de los caminos. Morgan estaba echada en su cama, cuando la voz de su madre retumbó al final del pasillo.
_ ¡Morgan, el desayuno está listo!
Morgan abrió los ojos, y en cuanto su mente volvió a la tierra un profundo sentimiento de tristeza y desesperación se apropió de ella. Apenada y cansada se levantó, se vistió y bajó al salón. La casa de Morgan no era muy lujosa, pero sí muy espaciosa. El gran jardín y los dos pisos de la rústica casa, multiplicaban las posibilidades de entretenimiento, y a su vez las de aburrimiento.
La madre de Morgan, Pepper Stark-Potts, ya estaba levanta y la esperaba en la cocina con una taza en cada mano. Pepper era una mujer alta, rubia y guapa. El paso de los años se reflejaba en las arrugas de su cansada cara, y la sabiduría de ésta en sus canas. Ella era una persona amable, responsable, y a veces, un poco estricta. Pero con todo, sus defectos y virtudes, era la persona que Morgan más apreciaba.
Morgan era todo lo contrario a su madre, o al menos eso pensaba ella; era un persona distante, irónica y egocéntrica, no era nada responsable y no le gustaba la compañía. Morgan era castaña y con dos grandes ojos azules-verdosos. Por lo general, era bastante guapa y su estatura era normal. Morgan acababa de cumplir los 15 años, y esa mañana, se celebraba el 10° aniversario de la muerte de su padre, Tony Stark, lo cual hacía el día aún más deprimente.
_ Buenos días, Morgan _ dijo Pepper fingiendo inmensa felicidad, aunque se la notaba expectante por la reacción de su hija.
_ Buenos días, mamá _ respondió Morgan sin molestarse en ocultar su tristeza.