Justo cuando Amycus abría la boca para pronunciar la maldición asesina, Dylan alzó la varita y desarmó a su padre, con un movimiento casi imperceptible; tal fue así, que Carrow miró desconcertado varias veces a su alrededor, antes de comprender quién le había arrebatado la oportunidad de acabar con la vida de Harry.
_ ¡DYLAN! ¡¿Qué te crees que estás haciendo?! _ bramó el padre de Dylan.
Dylan no respondió, se quedó firme, mirando a su padre y tiró la varita de este al suelo. Después, apuntó con la suya a Minny y a los demás y los liberó de sus ataduras. En ese instante, irrumpieron por la puerta una decena de aurores, siguiendo el rastro que los chicos habían dejado al utilizar magia para poder entrar en el escondite de los mortífagos. En un abrir y cerrar de ojos, el salón se convirtió en un campo de batalla. Los mortífagos y los aurores se lanzaban hechizos unos a otros, a cada cual, más extraño y complicado de pronunciar. Harry y Belén se unieron enseguida a ellos, mostrando grandes habilidades de combate y Minny y Dominique intentaban defenderse con los pocos hechizos que sabían. Mientras el caos inundaba la instancia, Dylan se estaba llevando la bronca de su vida. Sus padres le gritaban furiosos indiferentes a la guerra que se estaba lidiando a sus espaldas. De repente, Minny se fijó en que el padre de Dylan había recuperado su varita y estaba apuntando hacia su hijo. Sin mostrar ni una pizca de compasión hacia su propio vástago, abrió la boca y pronunció la maldición cruciatus. Sin embargo, este hechizo no alcanzó a Dylan, ya que en un movimiento instintivo y casi involuntario, Minny se había colocado delante de su aún amigo con la mano levantada. A pesar de que Minny se había dejado su varita en el suelo, la maldición tampoco la alcanzó a ella. Una especie de campo de protección había salido de su mano, como si está se hubiera convertido en la nueva varita de Minny, y había impedido que ninguno de los dos saliera herido.
Por un momento, el silencio se hizo en la habitación y todos, tanto mortífagos como aurores, miraban atónitos la escena. Cuando Minny abrió de nuevo los ojos (ya que los había cerrado por miedo al impacto del hechizo) se percató de algo en lo que nadie más se había fijado... Sus venas volvían a brillar.