Después de haberlo contado todo las chicas y Dylan siguieron su camino hacia Ópidum. Cuando Belén y Dominique cruzaron una esquina, Minny agarró a Dylan por el hombro y lo puso fuera del alcance de la vista de sus amigas.
_ Dylan, necesito que me digas, no, necesito que me prometas que no se lo dirás a nadie, es muy importante. No sé muy bien porque, pero mi padre insistió mucho en ello.
_ De acuerdo, tranquila... Puedes confiar en mí.
_ ¿Y cómo se que puedo confiar en tí?
_ Bueno... Tendrás que confiar en que puedes confiar en mí. _ respondió Dylan con una sonrisa, Minny se la devolvió y le dejó continuar hacia delante. En el fondo ella confiaba en él pero quería estar 100% segura. Sabía que si se equivocaba estaría poniendo a su padre en peligro, y Minny había pasado demasiado poco tiempo con él como para perderlo ahora. Al fin y al cabo, ella no conocía la historia de los mortífagos, pero lo que la gente le contaba sobre ellos no le daba buena impresión.
Minny volvió a unirse al grupo y, durante los siguientes tres largo días (que para ellos fueron años), estuvieron durmiendo en paradas de autobuses, callejones fuera del alcance de la vista o simplemente en el suelo, pues se habían gastado todo su dinero para poder dormir en la posada. En cuanto a la comida, muy a su pesar, tenían que robarla de puestos de comida deambulantes, sin embargo, intentaban no abusar de ello y coger solo lo necesario. Por supuesto, no podían hacer magia ya que eran menores y cualquier pequeño hechizo sería detectado por el Ministerio al instante. Pero eso no fue un obstáculo para ellos. Fueron encontrando nuevas maneras de subsistir hasta que Belén dijo las palabras que por tanto tiempo habían esperado:
_ Hemos llegado.