Minny subió rápidamente a su habitación, la cual compartía con su hermana pequeña Lily, cogió del armario la ropa más elegante que pudo, se hizo una coleta, y bajó corriendo, al salón, dónde la esperaba su madre.
_ ¿Ni siquiera para ir al ministerio eres capaz de ponerte un vestido? _ dijo Ginny limpiándole a Minny una pequeña mancha de polvo que tenía en el hombro.
_ No _ respondió firme ella mientras salía por la puerta, su madre la siguió y se dirigieron al garaje, dónde se encontraba el coche familiar de los Potter. El vehículo era muy viejo, sin embargo, parecía que lo hubieran comprado ayer; el coche tenía la capacidad de agrandarse o encogerse según el número de ocupantes que lo montarán y estaba pintado de un elegante negro. Ginny y Minny se montaron, y el coche se encogió hasta que solo tuvo dos plazas, en cuanto cerraron las puertas el coche arrancó a toda velocidad, Ginny colocó las manos en el volante y simuló que conducía.
Al cabo de media hora el coche paró en seco, frente a una cabina de teléfono, pintada de rojo. Ginny y Minny bajaron, y entraron en la cabina, Ginny marcó un número que a Minny no le dió tiempo a ver, y como si fuera un ascensor, la cabina bajó hasta una enorme sala, llena de gente, y con una enorme estatua en medio.
_ No te separes _ dijo Ginny mientras ella y Minny se adentraban en la multitud; después de un buen rato en el que Minny no vio más que un montón de pies yendo de un lado a otro andando deprisa y chocando accidentalmente con los codos de todo aquel que estaba cerca, Ginny se paró frente a una elegante puerta y le indicó a Minny que entrara.
_ Por desgracia no puedo acompañarte, pero te prometo que cuando salgas estaré aquí _ besó a su hija en la frente y le susurró _ no te dejes intimidar.
Minny empujó la puerta con la mano tenblándole y se encontró con una sala, llena de personas, vestidas con largas túnicas negras, que la miraban fijamente.