Después de añadir a un nuevo chico a su aventura, Minny, Belén y Dominique siguieron su camino acompañados por Dylan. Durante todo el trayecto Minny estuvo observando de reojo a Dylan, con nerviosismo. A pesar de que había algo en el rostro de ese chico que le inspiraba confianza, Minny no le conocía personalmente, y no sabía si realmente podía confiar en él. Sin embargo, cuánto más le miraba, más segura se sentía.
Pasaron un buen rato caminando, hasta que el sol se ocultó dando lugar a la noche. Exhaustos, decidieron hacer una descanso y pasar la noche en una posada que se encontraron en el camino. La posada tenía aspecto de ser muy antigua, todas las paredes estaban sucias y llenas de moho y las ventanas estaban desgastadas y, la mayoría, rotas. Como bien pudo comprobar Minny, la posada por dentro no estaba mucho mejor. Todos los muebles estaban llenos de polvo y tenían mordeduras que, aparentemente, eran de ratones.
_ Una habitación individual y una habitación con tres camas, por favor _ Le pidió Minny al dueño de la posada, una anciano ceñudo y desaliñado con apariencia intimidante. Su ropa, al igual que el resto de la posada, estaba desgasta y sucia.
El anciano miró a los chicos con desconfianza y luego les entrego dos llaves, una con el número 12 y otra con el número 13. Minny las cogió y subió por una escalera chirriante hasta llegar al segundo piso, dónde se encontraban sus habitaciones. Dylan entró en la individual y Belén, Dominique y Minny en la triple y después de acomodarse en sus camas, se quedaron dormidos.